lunes, septiembre 22, 2008

La conjura de los necios II: los progres contraatacan (y censuran)

Como muchos sabréis, odio a los directores modernillos, odio su prepotencia y su necesidad de tener un club de fans que les dore la píldora a todos ellos. Lamentablemente para ese grupúsculo de gentuza, hay gente con opinión propia capaz de decirles que su cine es puro y duro onanismo, y no lo que ellos llaman un grito de desesperación contra los males de la sociedad o vete tú a saber qué gilipollez profunda se les habrá ocurrido. Como digo arriba, acostumbrados a que nadie les vitupere, que festival al que van sean correspondidos con elogios entre sus coleguitas de gremio, cuando una voz se alza contra ellos desde la más absoluta objetividad (el propio crítico lo dice) ponen el grito en el cielo. Supongo que la mayoría sabréis de lo que hablo, pero para los que andáis un tanto perdido, aquí os dejo el enlace en El País, coloso de la información según Íker Jiménez.

La toman con Boyero, al que hasta hace poco consideraba mi archinémesis por su opinión sobre Sergio Leone. Pero de hace un tiempo hasta aquí me he venido dando cuenta de que es el único crítico actual que merece la pena leer, alguien que no se pone tan cachondo escribiendo consigo mismo que permite que se le lea de manera comprensible (sí, va por ti, Jordi Costa) y alguien que tiene la valentía de decir abiertamente lo que piensa, aunque esa imagen de pasota cansado de todo sea más repetitiva que una peli de Lars von Trier. Bochornosa la actitud, pero encomiable su esfuerzo porque se le reconozca su (buen) trabajo, más allá de gustos varios, de ideologías o demás gilichorradas.

¿Quiénes son los que atacan al crítico por ejercer su trabajo? Los directores que atacan al cine americano por imponer su forma de pensar, los mismitos que luego, de una manera totalmente babosa, con una sonrisita sardónica en sus bufonescos rostros, reciben los premios que les dan los glamourosos festivales, a pesar de que ellos son autores, outsiders en esta Babilonia del siglo XXI que es el cine, donde todos, menos los honrados (ellos, obviamente, que no se han dejado cegar por el oropel del dinero y trabajan por amor al arte), están corruptos y son una panda de putas cuyo precio es el mismo que el coste de una película de esas vacías que corren a ver las masas como borregos al cine. Los libertarios, los adalides de la incorrección política, piden la censura de un crítico por decir que una peli del coñazo de Kiarostami le pareció eso, un santo coñazo... la conjura de los (muy) necios ha llegado.

La familia del cine español cada día apesta más, es un cadáver al que se le mantiene la respiración artificial sólo para que se puedan celebrar fiestas en su honor y los libertarios y pancarteros mezclados con los intelectuales de saldo y los modernillos puedan darse goles en las espaldas mientras afilan con la otra mano el puñal con el que asestar la puñalada trapera, su festival de Málaga existe para premiar mierdas que en ningún otro sitio premiarían, y su ridícula y casposa ceremonia de los Goya reúne cada año lo peor del gremio, actores mediocres que vagabundean un papel medio decente con el que justificar sus cansinos ataques políticos contra todo lo que huela a no izquierdoso. Gente como Guerín o Erice se han destapado del todo, se han quitado una careta de las muchas que tendrán y corren como niños despavoridos al abrazo de un ser protector que, en este caso, desconozco, aunque imagino que El País les habrá dado con la puerta en sus santísimas narices (o, al menos, eso espero). El día que esos autores realmente busquen hacer películas y pasar de la crítica, porque, según ellos, lo que les importa auténticamente es su arte y cómo lo expresan (¡JA!), no pasarán cosas como estas y se dejará trabajar a cualquiera que ejerza su profesión dignamente.