lunes, septiembre 22, 2008

La conjura de los necios II: los progres contraatacan (y censuran)

Como muchos sabréis, odio a los directores modernillos, odio su prepotencia y su necesidad de tener un club de fans que les dore la píldora a todos ellos. Lamentablemente para ese grupúsculo de gentuza, hay gente con opinión propia capaz de decirles que su cine es puro y duro onanismo, y no lo que ellos llaman un grito de desesperación contra los males de la sociedad o vete tú a saber qué gilipollez profunda se les habrá ocurrido. Como digo arriba, acostumbrados a que nadie les vitupere, que festival al que van sean correspondidos con elogios entre sus coleguitas de gremio, cuando una voz se alza contra ellos desde la más absoluta objetividad (el propio crítico lo dice) ponen el grito en el cielo. Supongo que la mayoría sabréis de lo que hablo, pero para los que andáis un tanto perdido, aquí os dejo el enlace en El País, coloso de la información según Íker Jiménez.

La toman con Boyero, al que hasta hace poco consideraba mi archinémesis por su opinión sobre Sergio Leone. Pero de hace un tiempo hasta aquí me he venido dando cuenta de que es el único crítico actual que merece la pena leer, alguien que no se pone tan cachondo escribiendo consigo mismo que permite que se le lea de manera comprensible (sí, va por ti, Jordi Costa) y alguien que tiene la valentía de decir abiertamente lo que piensa, aunque esa imagen de pasota cansado de todo sea más repetitiva que una peli de Lars von Trier. Bochornosa la actitud, pero encomiable su esfuerzo porque se le reconozca su (buen) trabajo, más allá de gustos varios, de ideologías o demás gilichorradas.

¿Quiénes son los que atacan al crítico por ejercer su trabajo? Los directores que atacan al cine americano por imponer su forma de pensar, los mismitos que luego, de una manera totalmente babosa, con una sonrisita sardónica en sus bufonescos rostros, reciben los premios que les dan los glamourosos festivales, a pesar de que ellos son autores, outsiders en esta Babilonia del siglo XXI que es el cine, donde todos, menos los honrados (ellos, obviamente, que no se han dejado cegar por el oropel del dinero y trabajan por amor al arte), están corruptos y son una panda de putas cuyo precio es el mismo que el coste de una película de esas vacías que corren a ver las masas como borregos al cine. Los libertarios, los adalides de la incorrección política, piden la censura de un crítico por decir que una peli del coñazo de Kiarostami le pareció eso, un santo coñazo... la conjura de los (muy) necios ha llegado.

La familia del cine español cada día apesta más, es un cadáver al que se le mantiene la respiración artificial sólo para que se puedan celebrar fiestas en su honor y los libertarios y pancarteros mezclados con los intelectuales de saldo y los modernillos puedan darse goles en las espaldas mientras afilan con la otra mano el puñal con el que asestar la puñalada trapera, su festival de Málaga existe para premiar mierdas que en ningún otro sitio premiarían, y su ridícula y casposa ceremonia de los Goya reúne cada año lo peor del gremio, actores mediocres que vagabundean un papel medio decente con el que justificar sus cansinos ataques políticos contra todo lo que huela a no izquierdoso. Gente como Guerín o Erice se han destapado del todo, se han quitado una careta de las muchas que tendrán y corren como niños despavoridos al abrazo de un ser protector que, en este caso, desconozco, aunque imagino que El País les habrá dado con la puerta en sus santísimas narices (o, al menos, eso espero). El día que esos autores realmente busquen hacer películas y pasar de la crítica, porque, según ellos, lo que les importa auténticamente es su arte y cómo lo expresan (¡JA!), no pasarán cosas como estas y se dejará trabajar a cualquiera que ejerza su profesión dignamente.

viernes, agosto 15, 2008

EL caballero oscuro


Cuando hace tres años aproximadamente se estrenó en los cines Batman Begins, parecía que el único superhéroe que a servidor le ha interesado nunca retomaba la senda del buen camino. Parecía una película nueva, sin conexiones algunas con las anteriores entregas del mítico personaje de Bob Kane, y, si bien es cierto que no estaba, bajo mi particular punto de vista, a la altura de las dos grandísimas y estéticas cintas de Tim Burton, Batman y la muy infravalorada Batman vuelve, si que conseguían que el personaje remontase el vuelo. Despojando al superhéroe más humano, y ,por tanto, más interesante, por excelencia, de todo amaneramiento, estética colorida y pezones de proporciones estratosféricas que le colocó el terrible Joel Schumacher en su intento de retornar al Batman pop de Adam West, Nolan, interesante creador de atmósferas (aún me pregunto por qué no esperaron a que tuviera la agenda libre para que dirigiese La carretera) aunque algo irregular en el remate de sus películas, supo colocar la cinta en una posición más convencional a nivel visual sin por ello perder ni un ápice de su fuerza dramática y estética para centrarse más en el personaje principal, su nacimiento y su creación iconográfica, aunque bien es cierto que todo fallaba cuando, irónicamente, aparecía Batman en escena. Importaba más las secuencias de Bruce Wayne, su viaje interior en Asia y su lucha personal contra sus demonios internos que la pugna contra el crimen y contra, por qué no decirlo, unos enemigos realmente pobres, desde mafiosos a un Espantapájaros sin la suficiente enjundia para plantar cara a todo un Batman magistralmente interpretado por Christian Bale, amén de la aparición estelar de Liam Neeson como Ra´s Al Ghul, con quien la obra habría ganado más poderío en el aspecto oscuro, siendo deslucido por ello el resultado final. También servía para marcar la que sería la gran obsesión de Nolan para con el nuevo Batman, el motor de esta nueva saga: cada uno es el cúmulo de actos que realiza, lo que hacemos es lo que nos forma y lo que nos lleva a ser lo que somos y que mueve todo lo que nos rodea, especialmente en alguien tan importante e influyente como Bruce Wayne, un playboy con un álter ego que le impide llevar una vida normal. El caballero oscuro corrige y mejora todas las prestaciones de Batman Begins, siguiendo la línea sobria de su antecesora, alejándola de cualquier teatralidad o exageración en la puesta en escena como si tuvieron sus cuatro antecesoras, no hay rastro alguno de cómic, no nos encontramos con una película en la que las viñetas tengan presencia alguna, puesto que no estamos ante un superhéroe de un código ético y moral marcado por el puritanismo y la ley del haz lo correcto, si no que nos adentramos en la máscara y la armadura y se estudia el alma del que lleva el símbolo del murciélago, y, al igual que este, se estudia a su némesis, a su archienemigo, arreglando así la gran tara de su predecesora con la aparición de un villano carismático que, gracias a la magna interpretación de Ledger, se convierte en uno de los grandes malvados de la historia del cine y se pone de igual a igual ante el hombre murciélago, que aquí pasa más tiempo intentando encontrarse a sí mismo y a los que le rodean y conocer el mundo en el que habita y cómo funciona este, que luchando contra el mal. Es por tanto que hallamos virtudes y aciertos donde otros, como Sam Raimi, fallaron estrepitosamente, gracias a la valentía de un Nolan que puede jubilarse al haber alcanzado ya su tope, su obra culmen, triunfando al ser un perfecto estudio de personajes más allá de estar regidos por el mero azar y hacer lo que, según las convenciones sociales, están obligados a hacer, un justiciero enmascarado que duda y teme aquello que hace, que busca entender el porqué de sus acciones y que está más cerca de los Dix Handley, Harry Callahan, Michael Corleone, Dave Bannion, Tom Stall o Vincent Hannah que los Spiderman, Superman o Hulk de tres al cuarto, superhéroes de poca monta hechos única y exclusivamente para sacar el muñequito o el videojuego de turno, colocando la propuesta de Nolan más cercana al cine de Fincher, Fritz Lang, John Huston, Michael Mann, el David Cronenberg post-Spider, Coppola o Clint Eastwood que al clásico trabajo palomitero y vacío del cine de superhéroes, doctorando al joven realizador inglés como uno de los grandes del cine contemporáneo y quien sabe si histórico, aunque todo eso lo dirá el tiempo.

La elección de Nolan y David S. Goyer de desviar el tono de la cinta del cómic puramente mainstream para acercarla a géneros más clásicos como el negro, el policíaco o el thriller es, lejos de cualquier duda, la gran novedad y acierto y lo que la separa, desde el mismo punto de partida, de cualquiera de sus competidoras aparentemente genéricas. Dentro del tono profundo y serio que adquiere toda la cinta, la perfecta conjunción de fondo y forma dentro de la historia basándose en el portentoso guión, el cual tiene apenas un par de fallos de escasa importancia, permiten crear una visión madura de un personaje que tiempo atrás dejó la lucha sin razón y que busca una identidad más allá del personaje, anteponiendo a la persona, y que terminan proporcionando un dramatismo visceral en la línea de cualquier tragedia griega, pues el realizador no se acobarda nunca y realiza una película de Nolan más que una adaptación de cómic, imponiendo su estilo al del estudio, y dejando al personaje en el lugar más alto posible. Es perfectamente reconocible en la escritura, siendo un libreto del gusto del director británico. Ese constante juego de giros de guión, esas trampas al espectador, la construcción milimétrica convirtiéndolo casi en una ecuación matemática, la impresionante capacidad de estirar una y otra vez el invento sin que pierda fluidez ni fuerza, rizando el rizo hasta cotas inesperadas, y ese regusto por el thriller y el film noire más clásico de personajes perturbados cuya situación en la estrecha línea que separa correcto de incorrecto es bastante difusa, y, a diferencia de la reciente y fallida El truco final, aquí Nolan acierta en todos y cada uno de esos brutales cambios totalmente radicales, y, lo que es mejor aún, no falla en el final, siendo perfecto y consecuente con todo lo que nos ha ido mostrando anteriormente y engarzando de manera prodigiosa con su discurso acerca de la dualidad del hombre. Más allá de calcar la estructura de la primera entrega, algo que habría sido bastante probable en manos de otro, aquí se decide por iniciar la historia de la mejor manea posible, presentando al villano a las primeras de cambio y sin previo aviso, y dejando claro lo que va a ser todo lo que se avecina por delante: guerra sin cuartel y sin respiro a Batman y al espectador. Es el Joker quien reina con su psicótica forma de ser, con su anárquica concepción de la vida y con su gusto por el sadismo y la violencia de cualquier forma, disfrutando incluso cuando la recibe. Un villano de una profundidad psicológica que escasamente se ve en una pantalla grande, alejado del histriónico y bufonesco, aunque también genial, Joker burtoniano de Nicholson, y que vuelve a reiterar la diferencia entre ambos films: mientras allí había pomposidad y un aire un tanto superficial en el tratamiento de la historia, de una visión más cercana al cómic, aquí nos hayamos ante personajes nada amables, sin sentido del humor, irónicamente siendo un payaso el coprotagonista, y donde lo que pesa es el carácter humanista del guión. Porque el otro gran acierto es los escritores es la perfecta tela de araña que han logrado conformar para que los personajes secundarios entren en la trama sin estar fuera de ella ningún momento, desde Rachel (gracias por hacer un personaje digno, Maggie Gyllenhaall, después de Lady Cruise era necesario) a Jim Gordon (grandísimo Gary Oldman), pero donde destaca sobremanera el soberbio Harvey Dent que interpreta un sorprendente Aaron Eckhart, cuya introducción en la historia parecía sospechosa y difícil de justificar pero que, finalmente, origina dos triángulos melodramáticos sobre los que gira la trama: Joker-Batman-Dos Caras y Dent-Bruce Wayne-Rachel, siendo quizás el aporte necesario para ahondar más aún en la personalidad del multimillonario protagonista y su mezcla de envidia y admiración hacia el fiscal, que representa todo aquello que antoja, la defensa de lo correcto desde la legalidad y el respeto y el amor que Batman nunca consigue de la gente, y que, con la aparición de Dos Caras, muestra lo que podría llegar a ser, un defensor de la ley al que se le va de las manos su labor, creando otro nexo de unión entre el superhéroe y un nuevo personaje, muestra del juego simultáneo que todos tenemos dentro de nosotros entre bien y mal, algo que le colocaba a él en medio del pérfido Joker, la maldad personificada más allá de cualquier raciocinio, y del bueno de Harvey, quizás la bondad utópica del idealista que comprueba cómo no se puede vencer al mal sin tener dentro una pizca de maldad. Este punto es el más interesante, Wayne excede cualquier límite dentro de lo legal y su tarea es cuestionada no solo por la gente que comienza a verle como un peligro a raíz de las amenazas del Joker, si no de si mismo, y aquel joven Wayne que aparecía al comienzo de Batman Begins es aquí alguien que ha asumido que su papel no es el de héroe correcto, si no el de escudo de la sociedad contra los males, vengan de donde vengan y que empieza a vislumbrar que las decisiones que se toman en el pasado tienen su reacción en el presente y que es imposible cambiarlas.

A pesar de que pueda parecer una cinta algo grandilocuente, El caballero oscuro nunca es pretenciosa en su intento algo filosófico de concebir y, a la vez, desmontar al héroe alejado de cualquier tópico. El protagonista ve cómo su idea de defender el bien ante el mal surge del mismo modo que el Joker actúa: el odio. La muerte de sus padres y la inseguridad que sentía en Gotham le hicieron querer ser lo que es hoy en día, y todo lo que ello ha hecho en su vida. El punto de inflexión entre elegir vida o héroe está decidido, y Wayne arroja por la borda su vida, cayendo hasta el abismo más profundo en la soledad del antihéroe. Y es que la sombra del Joker es demasiado alargada, y su influencia en el millonario joven no se hará esperar. Ledger alcanza una locura realista, exasperada, un personaje que, como él mismo dice, es un perro rabioso, la enajenación hecha persona, el descontrol, el caos, y cabe preguntarse si el actor australiano no llevó el personaje demasiado lejos y lo convirtió en parte de si mismo y, por desgracia, ello le llevó a lo que le llevó, aunque bien es cierto que su frenética creación le ha llevado a la inmortalidad cinematográfica, más incluso que a Nolan o a Bale. Su inquietante papel ensombrece toda la película, pero no hace enmudecer en momento alguno, tal y como se ha dicho, a un gran Christian Bale, quien compone un Batman para los restos, pero él es el artífice de la mejoría de la cinta con respecto a la algo sosa primera entrega, y es que los maquiavélicos planes del bufón son el alma del guión y lo que, a la postre, otorgan esa construcción casi científica de todo el engranaje, aunque, de manera contradictoria, el Joker sea el caos y haga planes planeados a cada paso cuando, irónicamente, él mismo dice que actúa sin más, y odia a los que planifican algo. Quizás es uno de los escasos y poco importantes errores del guión, sepultado ante el aluvión de emociones que se desatan en la última media hora, recordando a cintas del calibre de El Padrino o Érase una vez en América, siendo el resultado final sencillamente portentoso, alejado de la frialdad que suelen tener este tipo de cintas tan grandes y alejadas de cualquier improvisación. Da la sensación de que el guión de El caballero oscuro, dentro de unos años se estudiará en las escuelas al igual que hoy se hace con el de El Padrino, Lawrence de Arabia, Ciudadano Kane, Network o Casablanca, pues Nolan y su hermano Jonathan consiguen algo sencillamente inaudito por la perfección con la que bordan cada secuencia, los diálogos llenos de profundidad y la constante sensación de que cada palabra que se dice, cada fotograma que vemos, y cada paso que cada un personaje ha sido estudiado por un grupo de puristas. Al igual que en la primera parte, la obra culmina con una gran secuencia donde se muestra el comportamiento de la masa ante algo inesperado, ese miedo que se extiende como la pólvora cuando algo no sale como se espera, y ese algo es el personaje de Ledger. El trae el caos a una metrópoli, una sola persona, como si del aleteo de una mariposa se tratase, es capaz de cambiar el rumbo de las vidas de varios millones de personas, de ahí que durante toda la cinta no dejen de llamarle terrorista continuamente, que con su macabro juego lleva a todos, Batman incluido, al borde del caos, logrando su propósito, el del estado de sitio y casi casi la ley marcial. Es quizás el momento en que la épica ha alcanzado su cénit, todo el castillo de naipes ha llevado a este punto, el momento exacto que quería Nolan, aquel donde coloca frente a frente las dos visiones del mundo, la evolución natural de la cinta, nacida de Begins, cuando lo que surgió más o menos como la excentricidad de un tío con mucho dinero y lleno de odio adquiere al final su sentido y la comprensión por parte de este de todo lo que ha hecho y debe hacer al ver la corrupción que ha provocado su antagonista en su lucha contra este y Dos Caras, el perfecto caballero de la justicia convertido en un monigote originado por un demente con pinturas de guerra. La catarsis definitiva de Bruce Wayne más allá de Batman, la asunción de responsabilidades que le pide el pueblo, y la huida del mártir en su eterna y desagradecida lucha de aquellos que no entienden su tarea, el vagar por el camino oscuro para que todo continúe como hasta ahora, donde las personas normales sean quienes refloten Gotham más allá de la actuación de una persona anónima al margen de la ley cuyas actuaciones pueden ser malinterpretadas, como le sucede con la mujer de Gordon o cuando el populacho le recrimina la aparición del Joker cuando antes le tenían como el guardián de la ciudad y de los buenos modos de manera netamente altruista en pos de, quizás, una nueva identidad que soslaye de una vez por todas a Batman y que le permita ser persona antes que monstruo, tener una vida más allá de ser un freak que planea en la noche en busca de otro freak, y no tener que lamentar más pérdidas que se han originado por una decisión tomada desde el corazón sin consultarlo con la cabeza, aunque para si mismo sabe que su camino, como el del samurái, está marcado y es el de estar solo siempre, tal y como decidió cuando se le dio la oportunidad de cambiar.



domingo, julio 20, 2008

Tropa de Élite


Vivimos una época en la que esa especie de neoprogresismo conspiranoico se ha hecho un hueco importante en los círculos de opinión y se ataca con vehemencia a ciertas películas cuya temática o presunto fondo ideológico, la mayor parte de las veces inexistente o malinterpretado, no coincide con el de dichos grupos. Nos encontramos con que aquellos que critican a Tropa de élite por su presunto mensaje fascista, que no es tal por varias razones que hay que saber apreciar y que son, para alguien con dos dedos de frente, bastante evidentes, son herederos de esos que en los años 50 consideraron Centauros del desierto la peor película de John Ford por cargar con un mensaje bastante racista y maniqueo, sin saber apreciar si quiera que el protagonista de la cinta es un auténtico desequilibrado, un enfermo obsesionado con la pureza de la raza, cuyo estado mental deslegitima todas sus opiniones. Probablemente, Tropa de élite pertenezca a ese grupo de grandísimas películas que fueron atacadas por una visión poco acorde con los grupos más liberales que, casualmente, atacan lo diferente, y enormes cintas como El Padrino, por el presunto enaltecimiento a la mafia que veían en una tragedia shakespiriana, Harry el sucio o Taxi Driver, por contar con misántropos pretendidamente fascistas por protagonistas que actuaban con su propia ley, más bien tirando por el nihilismo y el individualismo alejado de cualquier fascismo, como ocurría en la obra maestra de Fritz Lang Los Sobornados, temáticamente parecida pero a la que nunca se le cuelga el cartel de fascista, quizás porque hay niños de por medio. Pero José Padilha juega con una destreza sin igual sus armas y, ante la tentación de realizar algo parecido a Ciudad de dios, de la que sí es cierto que toma elementos tanto históricos como narrativos evidentes, no obstante comparten guionista, se aleja de ella y, mientras la impresionante y descarnada cinta del genial Meirelles era un desenfreno sobre la corrupción de los aparentemente inocentes y un crudo retrato de la juventud brasileña en las favelas, mostrada casi como una jungla donde o comes o te comen, en la que, sin embargo, sí había un rescoldo para la esperanza y el futuro de las buenas personas, la película que aquí nos ocupa amplía el abanico y aquí centra el protagonismo en un rudo policía de las fuerzas especiales brasileñas, la BOPE, sus conflictos interiores y su vida familiar y del batallón que este conlleva, alejándolo de los modelos anteriores y acercándolo más, de manera bastante sorprendente, a cintas como Heat o al mejor Scorsese de Uno de los nuestros, pero, a pesar de que se la ha atacado por eso mismo, por dar una visión maniquea, donde hay blancos y negros bien definidos, es este punto el que dota de un carácter bien diferente a la película de la ya citada obra de Meirelles, pues permite al espectador conocer los dos lados y, a diferencia de lo que se piensa, el realizador no justifica ni toma parte por ninguna de las dos mitades de esta historia, todo lo contrario, no establece línea moral alguna, no juzga qué está bien o mal, si no que esa decisión la deja en manos de un espectador que a veces no está preparado para lo que se le muestra, convirtiendo esta brillante cinta en un thriller de una ambigüedad moral a la que pocos están acostumbrados y que escasas veces se lleva a cabo en cine, puesto que, en mayor o menor medida, siempre se posicionan de un lado o de otro, y lo contrario suele causar bastantes comeduras de cabeza y polémicas, como ya sucedió con la portentosa Munich, otra pieza de cine visceral y pesimista que no convenció a aquellos que esperaban un acercamiento tópico al thriller llámese político.

Pero las comparaciones con Munich no cesan aquí, puesto que, como en la obra maestra de Spielberg, Padilha retrata un mundo podrido, corrupto, sucio, en el que el capitán Nascimento, impresionante interpretación de Wagner Moura, no es más que una herramienta más del sistema del que todos forman parte y que parece imposible cambiar debido a la propia condición humana, donde no hay nadie o casi nadie incorruptible, y que, debido a su postura más o menos rebelde dentro de éste, podría decirse que lo legitima como antagonista. Dicho sistema es controlado por aquellos mismos que, tras haber hecho las leyes o jurado defenderlas, las quebrantan con suma facilidad, diabólico y codicioso cáncer en la sombra que maneja los hilos para perpetuar su dominio social basado en el miedo y la amenaza, y en la que los honrados no tienen cabida, y son castigados por ello. Nascimento, como Eric Bana, se propone limpiar el mundo, o al menos una pequeña parte de él, ante la noticia de que va a ser padre, algo que le horroriza, al comprobar cómo es la sociedad a la que va a traer una nueva vida, y si realmente vale la pena. El realizador carga las tintas contra todos los estamentos de la sociedad, contra ese sistema de engranaje perfecto en el que, como si del efecto mariposa se tratase, el porro que se fuma un burguesito con alma de liberal está bañado con la sangre de esos niños de las favelas, que son los que consiguen la droga y los que, a su vez, también la consumen. Pero, dentro de esta maquinaria suiza que es el mundo actual, cuando sale una anomalía hay que exterminarla. Ejemplar es la secuencia que abre la película y que, a modo de flashback, abre toda la historia que ha hecho a los dos coprotagonistas junto a Nascimento, Neto y Matías, ilusos y casi románticos idealistas que buscan la salvación de ese infierno en la tierra que es Río de Janeiro y las numerosas favelas, llegar a ese punto, muestra perfecta de lo que se expone en la cinta, en este mundo no hay ni blancos ni grises, si no que todo es negro, no hay bondad alguna, ni si quiera la que pueda traer un recién nacido. Es este el punto en el que la cinta provoca quebraderos de cabeza a aquellos que catalogan las películas desde una catadura moral bastante estricta, las preocupaciones de Nascimento y su peculiar, porque es bastante peculiar, visión del mundo, cargada de un pesimismo abrumador y asfixiante, aunque bastante real por otra parte. Dentro del complejo retrato del protagonista, Padilha no nos enseña un modelo de conducta, no es un coloso de ética impoluta, ni un superhéroe al servicio de la ley y de la patria que transmita bondad, el director muestra a un absoluto desequilibrado y paranoico que se llega a atacar de los nervios en medio de una misión, y un auténtico seguidor del método de El fin justifica los medios, obsesionado con su trabajo y con la justicia, y que confía, casi única y exclusivamente, en su escuadrón del BOPE, a la que, más o menos, considera su primera familia y una obligación moral en toda regla, haciendo esto tambalear su vida privada, haciendo verdaderamente difícil empatizar con el protagonista, algo que consigue de manera brillante el realizador al resaltar el estado de locura demencial en el que se encuentra el capitán, alguien que desconfía de una psicóloga ajena a la BOPE, pero que, con toda la calma del mundo, pretende sanar a base de tranquilizantes. Nascimento jamás oculta su autoensalzamiento, jamás reniega de su forma de vida casi dogmática, es alguien cegado por su propia leyenda y por su fama de tipo duro, alguien que convive y que alienta la violencia como forma de expresión para combatir la violencia, para enfrentarse a todo aquello para lo que ha sido entrenado y, casi podemos decir, alienado, convertido en una insensible máquina de matar que vive por y para el trabajo, incorruptible al dinero o al poder pero de gatillo fácil y mente altamente inestable, inadaptado socialmente para mantener cualquier tipo de relación humana más allá de dicho cuerpo de élite, haciendo que su voz en off sea casi un monologo faulkneriano de gran recurso narativo. Ahí radica la diferencia, aquí está la razón por la que la película jamás puede ser acusada de fascista, su principal protagonista no está cuerdo, no está en sus cabales, vive en un mundo que podría haber sido inventado por él mismo, o exagerado los atributos y los defectos de todo aquello que le rodea, más o menos como en Centauros del desierto, por lo que su opinión no es, ni más ni menos, que la de un loco, y ya se sabe, ¿Quién es más loco, el loco, o el que sigue al loco?.

Al loco le siguen los dos idealistas ya nombrados, y también pasan a ser alienados y convertidos en una pieza más del sistema. Honrados, no tienen cabida en la policía y a su buen corazón hay que añadir sus ganas de cambiar el mundo, por lo que se ponen en manos del protagonista para que haga de ellos superhombres capaces de matar en nombre de la ley. Neto queda claramente marcado como alguien honesto pero de pocas luces, castigado por la policía por intentar imponer su visión descontaminada a los mandamases del nido de víboras que es la bofia brasileña, pero Matías representa lo que un día fue Nascimento, alguien joven con ideas llamémoslas humanistas y socialistas, democráticas, que confía en poder defender la ley sin necesidad de emplear la violencia pero que, una vez dentro, comprueba que esto es imposible, iniciando así una caída libre, un auténtico descenso a los infiernos sediento de venganza, por lo que, al igual que Nascimento, actuará movido por el odio, convertidos casi en misántropos sin contacto con lo exterior al grupo, dando la sensación de que en la BOPE, por mucho que se hable de honradez y de corazón puro, únicamente pueden estar los moral y mentalmente desequilibrados que anteponen el trabajo a todo lo demás y donde prima, por encima de todo, la lealtad y el respeto a tus compañeros, por lo que las brigadas especiales no salen excesivamente bien paradas, al igual que la policía, a diferencia de la que enseñaba James Gray en la reciente La noche es nuestra, donde sí se daba una visión más romántica de una institución representada de manera arcaica, conservadora y endogámica, pero que, debido a su maniqueísmo y su claridad de ideas, no causó problema alguno. El estilo de la cinta es rabioso, nervioso, frenético, de virtuosismo en determinados momentos, con planos secuencias imposibles y un juego con la cámara brutal, dotando a la obra de un aspecto semidocumental que ya veíamos en Ciudad de dios, y que parece imponerse en este tipo de cine desde que el grandísimo Paul Greengrass realizara Bloody Sunday, cinta con la que Tropa de élite también tiene muchísimo en común, permitiendo al espectador adentrarse en la pesimista realidad que muestra el director, con una última hora de infarto que provoca en el espectador una mala sensación en el cuerpo importante y hace que el visionado sea, en ocasiones, harto difícil. Es en esta parte final, especialmente en el entrenamiento, donde los hombres reciben humillaciones y vejaciones constantes, con un régimen casi espartano, lo que confirma totalmente el intento veraz de la obra, la idea original de ser una película que busca la verdad, y no la objetividad absoluta, más cercano al trabajo de novela de no ficción de Capote que al de cineastas de ideas conservadoras y concepciones violentas del cine como John Milius o Mel Gibson, más puesto que Padilha tiene "su verdad", guste o no, y muere con ella, y, siendo honestos, no anda desencaminado demasiado de cómo es el mundo real, violento y brutal, especialmente ese submundo que son las favelas, pero también los burgueses con conciencia social que, en ocasiones, no es más que pura pose de pijo comprometido, un mundo postizo, de caretas y falsas apariencias, donde es la policía quien comete más crímenes que los propios criminales, extorsionando y recibiendo sobornos, pisándose unos a otros para obtener así más beneficio por menos trabajo, y ocultando pruebas para no tirar por la borda el prestigio injusta y suciamente ganado, alguien que ha llegado a lo más alto para controlarlo todo y no dar cuentas a nadie, siendo, quizás, la parte más importante de ese círculo vicioso que es el tráfico de drogas, dando la falsa sensación de protección a esa clase social que en la cinta origina la trama, los niños de papá y demás gente de dinero con una visión una visión engañada de la vida que se les ha vendido en su mundo maravilloso del pequeño pony, hipócritas que reclaman la ayuda de aquellos a los que, desde su posición de seguridad, han vilipendiado y acusado de maltratadores y asesinos únicamente por su falso compromiso con aquellos a los que ayudan sin que estos realmente se lo hayan pedido, puesto que queda especificada la posición de los matones con respecto a la ONG que desencadena todo, y el director lo deja bien claro, en este mundo no hay ni blancos ni grises, todo es negro desde el punto de vista que lo quieras mirar. El realizador nunca se molesta en justificar ninguna de las torturas, no alaba la táctica del disparar primero y preguntar después, al igual que tampoco justifica la guerrilla de los narcotraficantes y su juego sucio corrompiendo con el dinero sucio a los policías y gente de bien, únicamente busca ser un retrato fiel de un hecho que ocurrió en realidad, para crear una historia turbadora, inquietante, tensa y, lo que es peor, de una credibilidad indudable partiendo desde una base absolutamente imparcial e incómoda, que es lo que realmente provoca temor en la gente y esa sensación de criticar algo que no se ha entendido, no saber hacia qué lado posicionarse.



lunes, julio 14, 2008

Time has told me

Enfrentarte a la figura de Nick Drake y tomarle como uno más de las estrellas de rock con tendencias depresivo-suicidas es quizás el primer gran error que se puede cometer. Obviamente, de músicos suicidas está el cielo lleno, nunca mejor dicho, ahí tenemos al bueno de Kurt Cobain, nombrado recientemente en este santo blog, o algún que otro friki con ideas oscuras de grupos más oscuros aún si cabe. Es gracioso el mito que se genera en torno a ellos, o en torno a los que mueren jóvenes, ya sea ricos o no. Pero, ¿Qué te hace pasar a formar parte de la leyenda? Está claro que Drake ni es ni ha sido James Dean, dista bastante de ser una leyenda ahogada por su propia gloria comercial como el propio Cobain, y no ocupa una galería de la iconografía del siglo XX, dista bastante de tener ese halo misterioso que suelo aborrecer en cualquier estrellita con aires raros, inquietos y ególatras con los que únicamente me repelen, algo que hace que, por ejemplo, Robert Smith o Jim Morrison, me parezcan payasos, en mayor o menor medida del talento de cada uno (ínfimo en el caso del primero, y bastante grande en el caso del segundo).

Nick Drake siempre me ha parecido como el hermano silente de Dylan, heredero del folk y del blues de Roy Harper o Robert Johnson, este último con quien guarda gran semejanza en su forma de ser y en su posterior influencia en la cultura musical. Es un músico de los que a mí me gustan, de esos con la absoluta capacidad de olvidarse de la técnica en la guitarra, signo inequívoco de autodidactismo (¿Se puede escribir esto a esta hora y en este blog?), que es como verdaderamente aprenden los grandes, dejando el peso de la interpretación en los sentimientos apoyados en unas letras que desprenden lirismo por los cuatro costados, y una sobriedad exterior que contrasta con ese infierno interior que llevaba por entrañas y que dejaba escapar a través de sus letras, como la canción que nos ocupa. Y es que, probablemente, Nick Drake sería ese tipo que se sentaba solo en clase, que en el grupo de amigos apenas abría la boca para comunicarse con los demás, si acaso reír muy de vez en cuando de forma algo falsa y cuasi articulada, y probablemente el que no follaría en las fiestas y sería visto como el freak de aquel sitio en el que se moviera. En sus letras no queda reflejado más que lo que fue, algo así como un alma errante en busca de no se sabe qué y que, visto lo visto y la edad con la que se fue a vivir bajo tierra, nunca encontró, aunque dudo que alguien sepa realmente si quizás habría muerto mucho antes si no se hubiera dedicado a componer y a tocar con su guitarra y hubiera acabado con su vida una noche en la que sus padres pensaban que había bajado a la cocina a llevar a cabo la rutina de costumbre: comer cereales. En lugar de tener una cita con los popularmente conocidos como krispies, el bueno de Nick estaba tomando un aperitivo a medianoche conformado por una buena ración de antidepresivos de esos de caballo. Desconozco si los tomó con leche.

Time has told me es mi canción favorita de una especie de Jeff Buckley sin su belleza y su portentosa voz, quizás el resumen de todo aquello que significa la relación entre dos personas, y donde sumerge a aquel que le escucha en una especie de magia simpática, pudiendo hacer creíble todo aquello que oye, y por qué no, haciéndolo real, pues sus letras no son más que transmutaciones de aquello que se llama vida, eso que yo mismo despercidio ahora mismo escribiendo en este blog que más de uno tildará de gafapasta, cuando realmente no lo soy, a pesar de tener dos pares de gafas, y uno de ellos, el suplente, ser de pasta. No hay mucho que decir, explicar la música es quizás el gran cáncer de ésta, aquellos entendidos que escriben en revistas de gran prestigio y escasa calidad no paran de hacer, creando un bucle entre ellos y los lectores de continua retroinfluencia que llega a ser patética, pero oye, tienen un prestigio bien ganado por ser capaces de explicar en una publicación lo que el resto de mortales con dos dedos de frente somos capaces de ver: que este tipo era un genio y que llega al alma más directo que cualquiera que se precie cantautor comprometido, apoyándose únicamente en su poesía y en su guitarra, con una pequeña ayuda de antidepresivos y malas relaciones personales, quizás el gran caldo de cultivo para el mejor arte del siglo XX. ¿Qué habría sido del cine, la música o la literatura sin los atormentados? Que habríamos adelantado la llegada del siglo XXI hace mucho tiempo.



viernes, mayo 09, 2008

Lola

Hacía tiempo que tenía pensado poner esta canción sobre Marcos Domínguez, el ambiguo, puesto que habla sobre el atractivo de una persona de dudoso carácter sexual. Evidentemente, es innegable el atractivo de Marcos, yo he tenido la oportunidad de contemplar su frío rostro y pude observar como, dentro de su displiciente visión sobre el bien y el mal, de su todopoderosa capacidad evasiva, era alguien magnético... vale, hasta aquí hemos llegado, porque no sé ni lo que estoy escribiendo. Mi intención con este post esta bien clara: celebrar el conocido efecto anuncio, ese virus que provoca en mí la repulsión mas extrema de una canción que me ha acompañado desde siempre y a la que, progresivamente, voy guardando en el baúl de los recuerdos para desempolvarla muy de vez en cuando. Y es que Coca Cola ya ha colmado el vaso con la gota de Lola, maravillosa y divertida canción de The Kinks, grupo del que quería poner la también algo bobalicona Come dancing, pero que, en mi constante lucha moral por ser la antítesis de las radiofórmulas, he de unirme al márketing más despiadado y colocar la cancioncita de marras. Ya sabes, conoce a tu enemigo.

Obviamente, Lola rima con Cola, y obviamente, los ejecutivos del refresco no se han dejado la cabeza intentando conseguir alguna canción menos facilona en ese sentido, y es que ahora, el número de insurrectos del buen gusto, palurdos por convencimiento, que descubrirán la canción y pensarán que es un invento de márketing de la compañía me da escalofríos. Quizás escuchen la original de pasada alguna vez y pensarán que es una versión del anuncio de Coca Cola. ¿Por qué me exaspera tanto esto? Obviamente, ninguno de vosotros, o casi ninguno creo, tiene un hermano tonto capaz de pasar del intelectualismo litronero feminista y progresista a la zafiedad y a la vulgaridad ideológica, alguien capaz de hablar con la misma facilidad de la dignidad de la mujer y de lo mal que va el mundo y la incultura que hay en España para, tan pancho, ver Fama! y ponerse a llorar porque han echado a su marica y su puta favoritos. Pero bueno, supongo que eso hace este mundo maravilloso, las contradicciones.

Estas cosas me queman, como lo de No es país para viejos. ¿Alguien conocía el puto libro o a Cormac McCarthy hace un año? Evidentemente, en España ahora han salido todos los resabidillos que hace dos meses hablaban de la peli de Bardem, y que ahora, como buenos seguidores de las tendencias, son acérrimos seguidores del bueno de Cormac, y probablemente no han leído ni un libro suyo. ¿Por qué ahora se ha puesto también de moda Led Zeppelin? Sencillo: concierto de reunióntras casi 30 años de la muerte de John Bonham. Se habla de Page en cualquier rincón cuando hace 1 año sólo los amantes de la música disfrutábamos de sus riffs. Y eso que Led Zeppelin dista bastante de ser un grupo minimalista. Hace unos meses preguntabas por ello y la respuesta usual era: Sí, Stairway to heaven. Obvio, ¿No? Con The Kinks no pasará igual. Podemos estar tranquilos, no va a haber un revival, porque además alguien tan feo como Ray Davies resulta eso mismo, demasiado feo, para ser el adalid de una resurrección del movimiento mod en los grupitos alternativos. Eso sí, a ver cuánto tarda en aparecer el mensajito de ¿Quieres tener la canción Lola en tu móvil? Envía un sms... y cuando se cansen de The Kinks será otro gran grupo, por ejemplo... ¡ZIGURAT!

jueves, marzo 20, 2008

The man who sold the world

He aquí el retorno del capitán Patachula, la vuelta a los escenarios (blogueros, si se me entiende bien) del lesionado más abandonado de todos los tiempos, y es que hoy hasta me ha abandonado mi familia, que se han ido a la playa y me han dejado aquí con una miserable aunque rica pizza de queso de Casa Tarradellas. ¿Tan despreciable y ruin soy que mi propia familia me abandona un jueves santo, sabiendo lo que para mí significa esta fecha, absoluto devoto de la nada y seguidor de la procesión de los Karamazov, que eso si que se lleva por dentro? Pues nada, aquí va servidor de un lado a otro de la casa dando tumbos con su sillita de ejecutivo con ruedas chillando como un poseso un sonido semejante al Chaoz de Randy, impío entre los impíos, y con Elvis o The Answer (escúchalos, Randy, te van a gustar) de fondo sonando por toda la casa... ventajas de ser un licenciado en ortopedia y muletas abandonado, tienes toda la casa para ti mismo. Bueno, volviendo a lo importante, el retorno de este blog. ¿Por qué retorno? No lo sé. Quizás porque durante este tiempo he estado pensando en cambiarme de sexo y ser una auténtica zorra, o también hacerme emo, que al fin y al cabo viene a ser lo mismo. También estuve pensando en hacerme un blog de esos de noticias de cine. Sí, ya sabéis, como esos de tublogdecine, blogdecine y demás variados uniendo las palabras blog y cine que hay por ahí, y cuyo único mérito consiste en ir copiando las noticias que ponen los otros. Gran vida la del periodista cinematográfico ciberespacial. También podría haber comenzado a colgar mis críticas aquí y matar dos pájaros de un tiro, ¿No? Supongo que sí, pero entonces habría traicionado el motivo por el que comencé este post, que no era otro que protestar y hacer campaña para que el jabón se volviera a vender en frasquitos de cristal. Visto que no tenía demasiado sentido hacer esas propuestas con música, finalmente decidí convertirlo en un mero y simplón blog musical, alejado de cualquier intención política, a excepción, claro está, de mi lucha contra progres y alimañas varias. Es por ello que hoy retomo mi intención puramente musical, alejada de cualquier tentativa cinematográfica, pornográfica o política.

Comienzo mi retorno con una doble propuesta, la canción de un genio de la música, especialmente en la composición, y la versión posterior que otro genio de la música realizó 20 años después. Hablo de David Bowie y de Kurt Cobain, tristemente convertido en ídolo de jovencitos amantes de Linkin Park y Craddle of Filth (tíos, cuna de mierda, ¡Qué peligrosos!). La canción, claro está, The man who sold the world. ¿Por qué saco este tema para retomar este desaparecido blog, pudiendo haber sacado a Led Zeppelin (reconocedlo, más de uno lo pensáis, mamones)? Probablemente, poca relación más tendrán Bowie y Cobain, salvo que ambos eran barbilampiños y, probablemente, drogadictos... aunque creo que aquí gano Cobain. Ah, se me olvidaba también que ambos tienen un enorme talento compositivo, pero eso es secundario, no tiene morbo, no vende. Pues esto se debía a que es, probablemente, la única versión que me gusta más que la original, si olvidamos el Hurt de Cash y NIN. Sonará sacrílego, probablemente la repercusión que tuvieron Bowie y Cobain en la música posterior sea bien distinta, probablemente la época en la que vivieron cada uno no estaba equiparada en talento, porque, obviamente, no es lo mismo convivir con Dylan, Zeppelin, Iggy Pop, Lou Reed o Pink Floyd que con... esto... convivir con un gran número de gente sin talento pero con un gran sentido para la teatralidad y la comercialidad.

También supieron surgir en un momento adecuado para explotar de manera total. Mientras Bowie cogió el glam de Bolan, Cobain hizo de Nirvana la evolución de The Pixies, y bueno, supongo que la creación del grunge ha sido, probablemente, la mayor invención musical (además de estética y presuntamente ideológica) desde el heavy metal. Cabría preguntarse, entre todos los que leen este blog, quién no ha escuchado a Nirvana en un momento de su vida, probablemente entre esa franja que va de los 15 a los 18 años, la época más conflictiva y en la que más buscamos el refugio en amigos y estética social varias. Eso diferencia a Bowie y a Nirvana, aunque es algo que también diferencia a Nirvana del resto de bandas contemporáneas y ramificadas de su estilo. Mientras Bowie supo nacer con el momento y evolucionar, convertirse en una amalgama de estilos musicales, Nirvana siempre ha tenido la etiqueta de ser un grupo dirigido a inconformistas, a niños raros, pero, fundamentalmente, ser el sonido de una época, la de la explosión del Nevermind y el tan cansino como genial Smells like teen spirits... aunque yo veo más magia en In bloom o Come as you are. Quizás Nirvana nunca supo salir de su esplendor, de la explosión que supuso en su momento, algo que también sepultó a Kurt Cobain... bueno, su fama insoportable y su no menos insoportable mujercita. Es un grupo que nación y murió en la primera mitad de los 90, aunque hay quien dice la estrella que brilla en poco tiempo brilla con el doble de fulgor. Pero no menos cierto es que, si el estilo de Nirvana es puramente contextual, un estilo que nació y murió a gran escala a comienzos de los 90, su fuerza y su calidad le han permitido continuar sonando frescos más allá de un estilo, porque fueron más que el mero grupo instantáneo (véase The Killers y demás chusma). Todos, o casi todos, somos hijos del Nevermind. La magia de esta canción está en vez como Cobain se apropia de la música de otro genio y la hace absolutamente suya, sin discusión, con sus errores, demostrando que, como todo gran guitarrista, aprendió instintivamente él mismo, sin escuelas, fallos que no hacen otra cosa que darle viveza a la canción, como le ocurría a Clapton en su Unplugged. Enjoy!





Y aquí el pedazo de vídeo de Cobain en el MTV Unplugged. Deja sin respiración.



¿A que este blog es más divertido que leer a Stendhal en una montaña rusa?

viernes, enero 18, 2008

The man comes around

¿Qué hace que nos obsesionemos con algo? ¿Qué provoca en nosotros la necesidad de hacer una misma cosa una y otra vez durante un período de tiempo? ¿Alguna explicación científica por la que nos obcequemos, y hasta soñemos, con una sola cosa? No, no hablo de Fritz Lang, del que en la última semana me he metido una buena panzada por el trabajo que he tenido que hacer para la facultad (aunque bien visto, soñar con un alemán tuerto que hacía cine expresionista obsesionado con la muerte y la culpa puede ser la fantasía de todo fetichista). Mi obsesión comenzó, no como tal, allá por junio de 2006. Se disputaba el Mundial de Alemania, y yo iba contra todo aquel que se enfrentara a España. Me quedé en casa preparado para una de mis maratonianas tardes de fútbol. Pero ese día la cosa no pintaba bien: la aburrida Inglaterra de Eriksson (no importa, yo siempre iré con los Pross), la ultradefensiva Paraguay y algún país más tercermundista cuya visión del fútbol está en pegarle patadas a un balón y tirar p'alante, como se dice popularmente. A pesar de ello, me pertreché de toda clase de manjares en el salón que iban desde Coca cola y helados hasta una espectacular pizza del Telepizza, delicioso manjar mitad carbonara, mitad barbacoa, que está para morirse (O no, ¿Auster?). Cuando vi que el partido de Inglaterra se tornaba soporífero, aparte los cojines que no permitían que llegara la señal del mando a la televisión (sí, estaba solo y me hice un fuerte en el sofá, ¿Algún problema?) y comencé a cambiar canales. Canal Plus estaba invadida en su casi totalidad por el Mundial, salvo los canales de cine. En el que va de independiente tenía Wilbur se quiere suicidar... cambié rápido de canal. El de comedia no recuerdo qué, seguro que por aquella época, Spanglish o alguna mierda de esas, las pasan 2 veces cada día. Y en el de acción, una peli llamada Amanecer de los muertos.

Por aquel entonces yo comenzaba a sentirme atraído por las cintas de zombies, porque unos años antes había visto la trilogía de Romero y me gustaban bastante. Pero de Amanecer de los muertos sólo recordaba de su estreno en cine que coincidió con el de la vergonzosa Van Helsing y del remake de La matanza de Texas, horrible película en la que algunos descubrieron al culo, las tetas y los labios de Hollywood, esa actriz tan grimosa y poco atractiva para mentes avezadas que es Jessica Biel. También recuerdo que fue una película que la gente defenestró, especialmente algunos críticos detestables, por ser un remake y una simplona película de zombis. No fui al cine porque en esa época no iba demasiado salvo a las contadas superproducciones. Último mes de clase, selectividad... y la fiesta posterior. En aquellos tiempos adolescentes mi mente estaba centrada en ver Kill Bill Vol. 2 y esta me cegaba del resto de películas. Con el paso del tiempo, esta peli pasó a ser uno de mis dvd's de segunda o tercera fila, a los que, desde el día que me la compré y la vi, no he vuelto a echarle el ojo. En su momento, cuando, casi 2 años después y un gran número de suspensos en mi segundo año de facultad, vi esta peli en el ya mencionado caluroso y calórico día de preverano, sentí que había visto una película diferente, con acción a raudales y alejada del clásico cine social político encubierto del género de Romero, y por supuesto, alejado de la vacía acción de las de Resident Evil, obra maestra del videojuego llevado a una risible parodia a cámara lenta en el cine. Al momento supe reconocer en ella la influencia de 28 días después, la cinta de Danny Boyle que convirtió a los zombis (llámense zombis, llámense infectados, llámense judíos, son la misma calaña) lentos y algo torpes de Romero en máquinas de matar ultraviolentas. Pero, aparte de ello, no había influencia alguna en esta cinta cuyo director se preocupó de dotar de un estilo propio, de una vida inesperada en una cinta de ese cariz, que en manos de los grandes estudios quedaría convertida en un baño de acción y un guión irrisorio.

Pero Amanecer de los muertos no era así. El hecho que me hizo considerar a esta película tan absolutamente genial fue ver este pasado verano, en tiempos de rodillas y lealtades jodidas, Zombie, la cinta de Romero, que algunos consideran la mejor del maestro del género. Yo la consideraba poco por debajo de La noche de los muertos vivientes... hasta que, nuevamente, una calurosa tarde de verano, me despertó, cual sonoro bofetón, del grato recuerdo que yo guardaba de esta sobrevalorada y pobre cinta, la peor de la trilogía con absoluta diferencia. Lo único en común con mi adorada revisión es su frase promocional, que sigue sonando tan escalofriante como siempre, y que bien podría servir de lema de Lidia Lozano: When there's no more room in hell, the dead shall walk the earth, o lo que es lo mismo, Cuando no haya mas sitio en el infierno, los muertos caminarán sobre la tierra. La premisa básica de la cinta de Zack Snyder es realizar una cinta de acción apocalíptica, logrando su cometido la mayor parte del metraje, por no decir en su total. Un guión sencillo, sin hacer alardes de fantasías variadas, al que se le va un poco la pelota en algún momento, pero que no incomoda nunca. Pero lo mejor es la relación que tienen los personajes entre sí, la lucha por la supervivencia por encima de cualquier cosa, y un compañerismo un tanto extraño de los protagonistas. Desde entonces, la habré visto como cuatro o cinco veces y tengo unas ganas horribles de volver a verla, y estas Navidades por fin la conseguí en dvd (cómo y dónde no os incumbe, si os lo digo tendría que mataros), y me da que este finde cae seguro. Siendo objetivos, quizás no sea una gran obra maestra, es más, dista mucho de ser una obra maestra, pero es tan jodidamente buena y original en su planteamiento que nada, salvo los primeros 20 minutos de 28 días después y 28 semanas después se le acercan en calidad, dentro de este subgénero, y por supuesto, ninguna cinta de teror se le acerca, quizás [REC]. Obviamente, yo no considero los zombies como terror, si no como ciencia ficción, pero bueno... allá cada uno con sus pensamientos (erróneos si no se parecen a los míos, claro está). Perfecta cinta de zombis desde el comienzo hasta el final. Os dejo con el amigo Johnny Cash, con el brillante cartel americano que aquí destrozaron y los brillantes títulos de crédito.